Tecnologías que ''secuestran'' el CO2 para convertirlo en materia prima
Capturar parte del CO2 que emitimos o que ya se encuentra en la atmósfera y utilizarlo para fabricar productos de baja o nula huella de carbono ya es una realidad. Las tecnologías que lo hacen posible, denominadas CCUS, se perfilan como una herramienta clave para acelerar la lucha contra el cambio climático
Hoy en día, todos los expertos coinciden en que la tecnología va a ser una de las principales vías para frenar el calentamiento global. Como sociedad, nuestro reto consiste en garantizar el suministro de energía a una población que no para de crecer y hacerlo sin aumentar las emisiones de CO2. Para ello, la tecnología ofrece múltiples alternativas, como el desarrollo de nuevas formas de energía, la fabricación de productos de baja o nula huella de carbono a partir de residuos o la captura y reutilización del CO2 de una forma eficiente.
Eso es, precisamente, lo que facilitan las tecnologías de captura, almacenamiento y uso de CO2 (CCUS, por sus siglas en inglés). Su misión es “secuestrar” el CO2 que se genera en distintos procesos o que ya se encuentra en la atmósfera, para darle otros usos o almacenarlo de forma segura cuya implantación puede suponer un fuerte espaldarazo a la lucha contra el cambio climático, como destacan Naciones Unidas o la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés).
Esta opinión es compartida por uno de los principales expertos mundiales en gestión del carbono, el doctor Julio Friedman, investigador del Global Energy Policy de la Universidad de Columbia, que defiende la necesidad de «actuar rápido contra el cambio climático y hacerlo con las soluciones más eficientes», destacando que para lograr el compromiso de cero emisiones netas es imprescindible el uso de tecnologías CCUS.
Se estima que, para cumplir los objetivos del Acuerdo de París, en 2050 se deberán capturar y almacenar de forma segura más de dos gigatoneladas de CO2 cada año
Organismos como la IEA estiman que, para poder cumplir los objetivos del Acuerdo de París, en el año 2050 se deberán capturar y almacenar de forma segura más de dos gigatoneladas de CO2 cada año. Esto implicaría tener que multiplicar por más de 100 veces la capacidad global de captura y almacenamiento de CO2 actual a lo largo de las tres próximas décadas.
En sectores intensivos en carbono, como la generación de electricidad, la producción de cemento, hierro y acero, papel, fertilizantes y refino de petróleo, estas tecnologías «pueden desempeñar un papel clave en la mitigación del cambio climático», según señala Jordi Pedrola, científico del Repsol Technology Lab. «No solo son capaces de reducir sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que, además, el CO2 capturado se podrá utilizar como materia prima para fabricar combustibles o plásticos de forma circular».
Captura, almacenamiento y uso del carbono
La captura y utilización de CO2 ofrece múltiples posibilidades, pero ¿cómo se produce este proceso? Para capturar el carbono, este se separa del resto de gases habitualmente mediante una tecnología de absorción con disolventes. Después, se comprime hasta dejarlo en estado líquido, se transporta mediante camiones cisterna, buques o tuberías y, por último, se le da el uso deseado o se almacena geológicamente en terrenos adecuados, que tengan unas determinadas características de porosidad y permeabilidad, y en los que existan barreras superiores a modo de sello.
Ese CO2 capturado se puede usar como materia prima para fabricar productos de baja, nula e incluso negativa huella de carbono. En Repsol, por ejemplo, se está trabajando en distintas opciones, como utilizarlo como materia prima de productos químicos y en la fabricación de nuevos materiales para la construcción, espumas para asientos o colchones, adhesivos para envases de alimentos, o films plásticos, por ejemplo.
La compañía energética también prevé utilizar el CO2 capturado para la obtención de combustibles sintéticos cero emisiones netas. En 2024 estará operativa la planta que va a construir en el puerto de Bilbao, que será una de las mayores del mundo en su especialidad, utilizando como materias primas hidrógeno renovable y CO2 capturado en la cercana refinería de Petronor. Estos combustibles se pueden usar en los motores de combustión actuales y, además, suponen una alternativa para el sector marítimo, el aéreo y el transporte pesado por carretera, que son difíciles de electrificar con la tecnología actual.
«En Repsol apostamos por el uso del CO2 y ya trabajamos en ejemplos de su utilización como materia prima para fabricar distintos productos y materiales. Es interesante como práctica de economía circular, aunque, de momento, no se puede usar todo el CO2 que sería necesario para luchar contra el cambio climático. Por eso no debemos focalizarnos solo en el uso y el almacenamiento del CO2, sino desarrollar también tecnologías complementarias», explica Antonio López, gerente de Transición Energética y Cambio Climático de Repsol.
Entre estas tecnologías figuran las de Emisiones Negativas (NET, por sus siglas en inglés), con un elevado potencial. La más relevante de ellas es la reforestación, pero también destacan la fertilización de los océanos o la captura directa del aire (DAC), que retira CO2 de la atmósfera para su uso o almacemiento geológico. A través de su Fundación, Repsol ha entrado a forma parte de Sylvestris, una empresa española de reforestación que tiene como objetivo restaurar 10.000 hectáreas anuales de bosque, lo que permitirá absorber 2,5 millones de toneladas de CO2 y crear oportunidades laborales para más de 2.000 personas al año.
Lo que parece claro es que el despliegue de estas nuevas tecnologías puede ser una contribución clave para la descarbonización y para reducir el CO2 en la atmósfera. Y es que la lucha contra el cambio climático necesita una actuación inmediata y conjunta: instituciones, empresas, y también consumidores deben implicarse para que el calentamiento global no supere los 1,5°C a finales de siglo, tal y como establece el Acuerdo de París. Para ello habrá que cambiar hábitos, crear políticas y, sobre todo, invertir en tecnologías innovadoras. Sólo así será posible lograr este objetivo común.