Su experimento propició un cambio rotundo de visión que los llevó a apostar por prácticas agrarias como, por ejemplo, intercalar plantas florales y aromáticas en medio de los cultivos, colocar plantas medicinales en los márgenes o plantas arbustivas alrededor de las fincas. Todas ellas ofrecen refugio a la fauna auxiliar más beneficiosa para la prevención de plagas. Para mejorar el suelo en épocas de no cultivo hacen cubiertas vegetales en los campos con guisantes, mostaza, cereales, flores, ortigas... Y antes de volver a sembrar, aplastan la cubierta para que sirva de alimento a la tierra. También han instalado apiarios permanentes y hoteles de insectos para atraer a sus huéspedes más especiales como las abejas y otros polinizadores. «Es importante destacar que si estos campos estuviesen labrados aquí no verías vida», comenta Ernest con una lógica aplastante. Al pasear por las fincas nos topamos con cajas nido para murciélagos, otra especie muy interesante para el control de gusanos y mariposas, y también con unos curiosos sensores que miden la humedad del suelo, la temperatura o la humectación de la hoja a través de un satélite.
«La agricultura también es diseño y debemos usar las herramientas a nuestro alcance para mejorar. Al fin y al cabo, un suelo más sano nos da alimentos más sanos». Su abuelo inició esta empresa hortícola que hoy Ernest dirige junto con sus primos Ana, Pep, Jordi y Fran. Los cinco están al frente de un negocio con una facturación superior a los diez millones de euros gracias a sus más de 230 hectáreas de terreno que producen frutas y verduras de temporada (sandía, col, brócoli, alcachofas, hinojo, coliflor, puerros…) y a un equipo que sobrepasa los cien empleados. Su producción actual es mixta, pero su objetivo es llegar a ser cien por cien ecológicos y sostenibles en 2025. Por eso, trabajan para crear técnicas, y poner en práctica otras, que les permitan producir con un impacto positivo medioambiental. Y ahí es donde la mente de Ernest no descansa.