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“He probado mi libertad y me ha gustado”, la historia de superación de los vecinos de Santa Fe

Más de 365.000 entregas de alimentos, más de 33.000 atenciones médicas y más de 27.000 educativas. Estas son algunas de las cifras que demuestran cómo ayuda el centro comunitario MAPRE – Universidad Panamericana a los vecinos de Santa Fe, en ciudad de México

Laura Fortuño

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El coche de Nydia recorre las estrechas callecitas del distrito de Santa Fe (Ciudad de México) cada día poco antes de las 9 de la mañana. Hoy la acompañamos en su itinerario y descubrimos una sucesión de viviendas que se entremezclan con comercios de todo tipo. De repente, Nydia gira por una calle y una moderna fachada roja capta nuestra atención, por la manera en que destaca en un entorno repleto de construcciones color ocre y techos laminados. Estamos ante el centro Comunidad MAPFRE Universidad Panamericana, un espacio que Fundación MAPFRE puso en marcha en 2015 para ofrecer una atención integral a los vecinos de Santa Fe y así contribuir a mejorar su calidad de vida.

Ana Isabel es una de las personas que reconocen ser más felices desde que acude al centro. Y  aún más que eso: «He probado mi libertad y me ha gustado», confesó a su familia la primera vez que conoció el espacio. «Aquí puedo salir de mi rutina, darme cuenta de que sirvo para más cosas de las que yo pensaba». Ahora lleva seis años acudiendo a Comunidad MAPFRE – UP y lo hace junto a su hija Sofía, de 17 años. Las dos empezaron siendo beneficiarias del centro y ahora también ayudan como voluntarias en el comedor o en los talleres. «Nos dicen que somos parte del inventario del centro porque a veces estamos aquí todo el día», dice entre risas Sofía, que este momento estudia para preparar su entrada en la universidad, aunque todavía no sabe si se decantará por una carrera de gastronomía o de dibujo, dos de sus pasiones.

No es la única familia que asiste unida al espacio comunitario. Con la pequeña Yaretzi, de 10 años, ya son tres generaciones con igual apellido las que frecuentan el lugar. La niña acude junto a su madre Daniela y su abuela Beatriz, que recuerda que llegaron al espacio comunitario hace cinco años para hacer uso del servicio de comedor: «Entonces nos enteramos de las demás actividades que se hacían y empezamos a participar en ellas: yoga, cocina, inglés para la niña…».

Nydia Valenzuela, la joven al volante cuando hemos comenzado nuestro viaje, también lo está en el espacio MAPFRE – Universidad Panamericana, el cual dirige desde sus inicios: «El centro comunitario está siendo para mí una experiencia de vida. Yo llegué aquí cuando no existía más que el terreno y he aprendido muchísimo más de mi trabajo y de mi persona, que en cualquier otro sitio. Todos los días te llevas algo que aprendiste», asegura la directora.

Así se organiza un centro comunitario

Cada día comienza, a las nueve de la mañana, comienza la actividad en Comunidad MAPFRE – UP con un objetivo claro: potenciar habilidades para que todas las personas puedan salir adelante por sus propios medios. «El objetivo final es que no nos necesiten», bromea Nydia. Para conseguirlo, ofrecen un servicio integral (de mañana para adultos y de tarde, para niños) que va desde clínica médica a departamento jurídico, talleres de desarrollo intelectual como idiomas, informática o preparación para los exámenes, gastronomía y cuidado del hogar o talleres de creatividad y lenguaje artístico (área de desarrollo). «Todos nuestros espacios son bellos, armoniosos y están muy cuidados. Esto, en la parte terapéutica, tiene un fin más allá de la estética: persigue promover el deseo de acceder a estos servicios», añade Rubí, coordinadora de proyectos de desarrollo de Comunidad MAPFRE – UP. Un entorno que contrasta, y mucho, con la realidad de las familias de Santa Fe.

«A la gente que no conoce nuestro país me gusta explicarles que la pobreza de Santa Fe es una pobreza urbana, que para mí es la pobreza más dura», explica Nydia Valenzuela. Y aclara: «La gente que vive en este pueblo, a diferencia de quienes viven en otros entornos rurales, no puede sembrar maíz, no puede tener gallinas, ni ganado… En definitiva, no puede tener nada que le ayude a satisfacer de manera natural sus necesidades básicas». La pobreza es una triste realidad a la que deben enfrentarse los vecinos de Santa Fe, pero no la única. «La violencia está normalizada en este lugar», asegura Blanca, terapeuta infantil en la Comunidad MAPFRE – UP.  «A través de ella buscan vincularse o conseguir cosas. Los niños padecen violencia, entre las familias y las parejas hay violencia también. En realidad, hay mucha violencia en todos los sentidos y lo peor es que está normalizada. Por ejemplo, es duro pero con la violencia sexual parece que las mujeres simplemente están esperando a que suceda. Dan por hecho que antes o después les acabará pasando», alerta la terapeuta.

“El centro comunitario MAPFRE - UP es para mí una experiencia de vida, todos los días me llevo algo que aprendí”.
Nydia Valenzuela, directora

«Aquí los niños crecen en este entorno, no conocen otra realidad. Para ellos es lo normal», explica Nydia. De hecho, alrededor del 40% de los beneficiarios del centro de MAPFRE – UP tienen algún familiar que está en la cárcel. «Para nuestros niños es algo cotidiano el hecho de hablar de algún miembro de la familia en situación de reclusión», explica Blanca. Por eso, el departamento jurídico, coordinado por Mari Carmen, cobra tanta importancia: «Parte del bufete jurídico consiste en informar a la gente de sus derechos. Parece muy sencillo, pero la gente no los conoce. Los talleres de jurídico tratan de hacer ver a las personas que la violencia no puede permitirse, que lo que les pasa no es normal, que tienen que pedir ayudar y que nosotros estamos para ofrecer esa ayuda», cuenta la abogada.

En el centro, Beatriz junto a dos compañeras en un taller de gastronomía

Desde sanidad hasta educación o apoyo legal, una atención integral

«Abarcamos las áreas de psicoterapia infantil, psicoterapia individual, psicoterapia de pareja y familia y psiquiatría. Todos trabajamos de la mano con las distintas especialidades porque un principio de nuestro centro es trabajar de manera integral», explica Blanca. Además de salud mental, el centro cuenta con dos médicos, una enfermera, un odontólogo y una ginecóloga. «Y si en algún momento alguno de nuestros pacientes requiere algo que no está dentro de nuestras especialidades, hacemos de puente para que puedan llegar a donde deben llegar», añade la terapeuta.

El centro ofrece además 330 comidas saludables al día, un servicio que tiene tanta demanda que actualmente hay 90 personas en lista de espera. Algunas personas beneficiarias del centro, como Beatriz, Ana Isabel y Sofía, colaboran durante la hora del comedor: «Mi vida sería muy distinta sin el centro. Yo salía de la escuela y siempre tenía la misma rutina. Cuando empecé en el centro, mi vida pegó un cambio a mejor que me permitió liberarme», confiesa Sofía.

Comunidad MAPFRE-UP lleva desde el año 2015 ofreciendo servicios de comedor infantil, salud, apoyo psicológico y jurídico, actividades educativas y recreativas

El área médica, psicológica y nutricional se une a las actividades educativas y de ocio, dando como resultado una atención 100% integral, que satisface tanto a los beneficiarios como a los trabajadores del centro: «Conocerles desde distintas perspectivas y ayudarles en diversos frentes es lo que más me motiva», reconoce la coordinadora de proyectos de desarrollo.

Un bienestar que se contagia

La Comunidad MAPFRE Universidad Panamericana influye de manera muy positiva en las personas que acuden al centro. De ellas, un 73% afirma que el centro les ha ayudado a aumentar su bienestar emocional, un 48% considera que contribuye a mejorar sus relaciones y un 64% asegura que gracias a la Comunidad MAPFRE – UP su desarrollo personal es mayor. Son datos de una encuesta sobre la calidad de vida realizada por Comunidad MAPFRE Universidad Panamericana en el año 2019.

Pero no solo los beneficiarios mejoran su calidad de vida gracias al centro, también los trabajadores han encontrado en este espacio su principal motivación: «Poder hablar con una persona y hacerle ver que tiene derechos, que es capaz de exigir, en definitiva, abrirle los ojos, me parece una gran oportunidad que agradezco mucho a Fundación MAPFRE. Mi hija me dice: “mamá, a ti no te cuesta trabajo levantarte a trabajar, porque te gusta lo que haces”, explica Mari Carmen.

«Yo salía de la escuela y siempre tenía la misma rutina. Cuando empecé en el centro, mi vida pegó un cambio a mejor que me permitió liberarme»

Una parte muy importante del centro es la labor que realizan los voluntarios. «Cualquier día me tiran de casa», cuenta Mariana Hernández entre risas, «porque la caja donde guardo los dibujos y manualidades que me hacen los niños es cada vez más grande». Mariana es voluntaria de Fundación MAPFRE desde hace 10 años y ayuda en el centro comunitario desde hace seis. Ha participado en talleres de informática con adultos, actividades con niños y entregas de regalos en Navidad. Ella está donde se le necesite. «Lo que ellos me dan a mí es mucho más que de lo que yo doy a ellos», asegura Mariana. «Ver sus caras de emoción, cómo disfrutan, cómo juegan, es una satisfacción increíble».

«El hecho de llegar aquí y conocer a gente fue un gran estímulo para mí, me hizo salir de mi rutina de hacer la comida y cuidar a los niños: me permitió regresar a algo que, como madre de familia, había perdido». Ana Isabel utiliza esta idea para expresar que para ella el centro le ha dado algo que no todo el mundo tiene la suerte de conseguir: le permitió reconectar con ella misma. Dejar de sentirse invisible. Y eso es lo más valioso que una persona puede hacer por su autoestima.

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