El instinto de querer ser actor: una vocación contra viento y marea
Hay actores y actrices que, al igual que Félix Azpilicueta, fundador de la bodega Azpilicueta, han tenido a bien seguir la llamada del instinto. Conoce las historias de dos muy conocidos cuya historia habría sido otra de tomar el camino equivocado
Si existe una profesión que nace en nuestras mismas entrañas, esa es la de actor. Una profesión, además, que entronca radicalmente con la misma condición humana. Porque todos y cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra vida, nos convertimos en diferentes personajes según la situación. Somos actores de nuestra propia vida y, a medida que vivimos, elegimos qué papel (o, más bien, qué papeles) queremos interpretar.
El actor es un estudioso del instinto humano. Debe comprender al personaje que interpreta, sus motivaciones, el contexto en el que nació y dónde vive actualmente. Cuando el director da la orden, el actor ya no es él, se transmuta, busca en lo más hondo de aquel que no existía y que ahora, como por arte de magia, está hecho de carne y hueso.
‘Mamá, quiero ser artista’
Sin embargo, como ocurre con tantas otras profesiones artísticas, para muchas personas la de actor no es de provecho. Parece más como si perteneciera a un mundo caprichoso, infantil. “Nada, el niño, que nos ha salido artista” pueden espetar los padres a las visitas, mientras su hijo juega a ser otros. Ese mismo niño se va haciendo grande, y descubre, dentro de lo más profundo de su corazón, que aquello que un día fue un juego puede convertirse en su sustento. Ser uno y a la vez miles. A los padres, quizás, ya no les hace tantísima gracia.
Es por ello que son numerosos los casos de actores y actrices que desoyeron las críticas de ‘voces autorizadas’ en la materia, o que, simplemente, quisieron dar un giro de 180º a su carrera y lanzarse de cabeza a conseguir el loco sueño de dedicarse a la actuación. Incluso actores y actrices que no lograron el reconocimiento hasta bien avanzada su edad. Veamos algunos de los casos más interesantes.
El particular caso de Harrison Ford
¿Quién no conoce a Harrison Ford? El inmortal Indiana Jones y Han Solo de Star Wars que en agosto del año pasado cumplía 81 años, no parecía tener entre sus planes el de ser actor. Por presión de sus padres, ingresó en el Ripon College en Wisconsin, donde estudiaría literatura inglesa y filosofía… con resultados bastante desfavorables. Fue entonces cuando se apuntó a clases de arte dramático, pensando que así le subiría la nota media del curso. Entonces, una bombillita se encendió en su cabeza: había descubierto su vocación.
Fue entonces cuando decide mudarse a Hollywood. Porque, claro, si quieres ser actor y vives en los EE. UU., ¿a dónde vas a ir? Pero, como tantos otros, no lo tuvo nada, pero nada fácil. Al principio, logra un contrato con la Columbia Pictures por 150 dólares a la semana para hacer pequeñas intervenciones en televisión. Pero él no se rinde, a pesar de sufrir un accidente que casi le cuesta la vida (y que le dejaría una marca en la barbilla) y de la guerra de Vietnam, de la que se libró tirando de picaresca: dijo que no podía ir porque estaba loco. Tal cual.
Tras varios e intrascendentes papeles en el cine, Ford, debido a las necesidades económicas de su familia (su mujer acababa de dar a luz), decide dar un giro a su carrera… convirtiéndose en carpintero. Aprende carpintería gracias a libros de la biblioteca local y empieza sus primeros trabajos sin alejarse del mundo del espectáculo, aceptando pequeños papeles en películas y series.
El nombre de Fred Ross fue determinante para el futuro de Ford como actor. El director de reparto de la Universal se hizo muy amigo del actor y le acabó presentando a un joven realizador muy prometedor: George Lucas, el padre de Star Wars. El resto, ya es historia.
Penélope Cruz: el sueño de ser una ‘Chica Almodóvar’
Los padres de Penélope Cruz eran unos enamorados de Serrat, y por eso su hija debía llamarse como una de sus canciones. Quién sabe si ya desde el nombre se introdujo la vena artística en la piel de Penélope Cruz, una de nuestras mejores actrices, muy querida además por la industria hollywoodiense.
Ya desde muy pequeñita, Penélope Cruz soñaba con ser actriz. Cuando tenía 15 años vio una película que, para ella, supuso un antes y un después, ¡Átame!, de Pedro Almodóvar. Cuando vio a Victoria Abril en el papel desgarrador de una mujer secuestrada por Antonio Banderas. Como si de una epifanía se tratara, en ese momento se dio cuenta, no ya de que quería ser actriz, sino que quería ser una de esas ‘Chicas Almodóvar’ de las que tanto se hablaba en las revistas de la época. Y comenzó a luchar por su sueño.
Nueve años de ballet clásico en el Conservatorio Nacional de Madrid, cuatro años en la Escuela Cristina Rota, tres de ballet español, cursos de baile de jazz… y, a la vez, estudio interpretación y se iba presentando a numerosos castings para ver si, por fin, alguien se daba cuenta de su talento.
La primera vez que vimos a Penélope actuando fue en un videoclip de Mecano. Y, luego, formaría parte del equipo de presentadores de programas de televisión. Su atractivo físico pronto comenzaría a encasillarla dentro de papeles sexy. De hecho, su primer pelotazo cinematográfico fue Jamón, Jamón, junto al que es ahora su marido, Javier Bardem. Por este papel fue nominada a los Premios Goya y a los Fotogramas de Plata. Su sueño, cada día más cerca.
Fue en 1997 cuando, por fin, Penélope cumplió el sueño por el que había luchado toda su vida: ser una ‘Chica Almodóvar’. Fue en la película Carne Trémula, donde volvió a compartir reparto con Bardem. Este fue el inicio de una carrera hacia el estrellato: volvió a trabajar en numerosas ocasiones con Almodóvar, se convirtió en la primera actriz española nominada en los Óscar y Globos de Oro por Volver, del director manchego, y llegó a ganar la codiciada estatuilla en la categoría de Mejor Actriz de Reparto en 2008 por Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen.
Las historias de Penélope Cruz y Harrison Ford habrían sido muy distintas si no hubiesen seguido la voz de su instinto. Una voz que, como la de Félix Azpilicueta, fundador de la bodega Azpilicueta, resonaba en su interior como una fuerza irresistible y les hizo caminar la senda correcta.